sábado, 3 de diciembre de 2011

Parece un perfecto cuerpo inerte, sordo, neutro pero se va desarrollando y creciendo en silencio , detrás de las oraciones ornamentadas, de los castillos, las hadas,  hasta lograr un cuerpo flácido y maloliente, punzante, escalofriante, un ser lívido, frío, sin alma. Y yo con los ojos cerrados, no miré. Y yo mirando la fotografía  de sus padres en la sala, me distraje, me di la vuelta de confianza cuando a mi espalda se alimentaba de mi tiempo ese espectro.  Creció tanto comiendo de  mis altos contenidos energéticos de deseos y  sonrisas anecdóticas azucaradas por mi vida. Creció así que cuando me di vuelta, ya tenía sus dedos en mi vagina.
Esta es la historia de una noche con Ginebra.
Nunca lo presentí. Esa tarde fue larga desde que me levanté a las 7 am hasta que fui a parar a las 6 pm en aquella parada, porque tenía hambre de amistades. Estaba cansada de tener que sobrellevar a esa pesada soledad tarde a mi espalada, los pies hinchados de estrés y despeinada de rabia. Necesitaba vivir de instintos para refrescar a la tarde sola y vieja. Así me monté en ese bus desconocido, con gente desconocida y apretadamente desconocida, sudadas, cargadas de esperanza, melancólicas de vivir desconocidamente. El camino fue largo para ellos pero corto para mí que venía jugando con el viento y cantándole al oscurecer, aquél que se aproximaba para arroparnos y no dejarnos entrever. Llegué. No me dejó entrever realmente la oscuridad. Toqué. Pensé que lo de la oscuridad si era en serio. Y no salió nadie al principio. Su casa. Insistí. Llamé. Toqué de nuevo y salió él. El mutante. Claro, en ese instante aún no lo era. No negaré que tuve síntomas de su maldad en algún tiempo, pero nunca reconocí que realmente él fuera la enfermedad. Él. Gusano gordo. No. Los gusanos son lindos, pero él no. Lo vi. Tenía muchas ganas de verte nena. Yo también, dije con mi sinceridad. Ojalá no tuviera nunca sinceridad, ojalá fuese mala, espeluznante y desconfiada, insultante, punzante. Hablamos. Salimos. Conocí a sus amigos y también a ella. Conocí a Ginebra.  Ginebra es alocada, barata, de esas personas que te dicen la verdad obscenamente. Me cayó bien hasta que empecé a descubrir que la suciedad de ese sitio no era por la basura sino por la hipocresía. La de ella. La de él. La de todos.Quería  salir corriendo de espanto. Estaba sola en un lugar desconocido. Qué querían de mí si no tenía dinero. Quise estar en mi cama tapada bajo mi sábana. Quise cantar gritando el alé limón y esperar a que mi padre me rescatara. Pero nadie fue por mí. Estaba confundida, aturdida, con náuseas. Y vomité. Vomité de miedo, de soledad, de inseguridad. Vomité hasta el espíritu, el alma, la razón. Vomité por mi juventud, por mi "living la vida loca". Vomité hasta los sentidos, y allí caí anestesiada junto a él, él que sería el vigilante de mis sueños. El espectro. Caí en ese colchón frío y tieso, el mismo que le sirve a los indigentes. Y él junto a mí, a mi lado esperando mi abandono del cuerpo. El camino fue largo para él, y nuevamente fue corto para mí. Esta vez  no jugué con la oscuridad pero sí entrevió mi visión. Pero a la de él no. Él sí jugó. Abrió su maleta de doctor. Él sí. Sacó sus instrumentos metálicos afilados, impersonales y fríos. Sólo recuerdo sus ojos táctiles. Los que sacaron mi jugo para ser chasqueada, probada, degustada, saboreada por su boca de hígado. Su amiga Ginebra me durmió. Ginebra siempre estuvo a favor de él. Puta infiel. Pobre ser que escoge ser el villano. Pobre ser, el que ríe de último ríe mejor...

6 am. Él está tendido en el piso. Yo estoy tendida de confusión.  
Luisana Romero
(diciembre 2011)

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